Mente Zen – Shunryu Suzuki (parte 6 y 7)

Sin dualismo

Detener el curso de la mente no significa detener sus actividades, sino que la mente
ocupa todo el cuerpo, y en esa plenitud se ha de dar forma al mudra con las manos.

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Se suele decir que la practica debe verse libre de ideas de provecho propio, de
expectativas e incluso de iluminación. No obstante, esto no quiere decir que uno ha de
sentarse sin ningún propósito. Esta práctica libre de ideas de provecho se basa en el sutra
prajña paramita. Sin embargo, si no se tiene cuidado, el mismo sutra puede infundir una idea
de provecho. Afortunadamente, se advierte: «La forma es la vacuidad y la vacuidad es la
forma». Mas si uno se atiene estrictamente a esa afirmación, está propenso a verse envuelto
en ideas dualistas: aquí está uno, la forma, y allí la vacuidad, que se trata de lograr mediante
la misma propia forma. Quedamos, pues, en que «la forma es vacuidad y la vacuidad es la
forma», lo cual es dualismo. Pero afortunadamente, la enseñanza continúa: «La forma es la
forma y la vacuidad es la vacuidad». En esto no hay dualismo.
Cuando resulta difícil detener la mente mientras uno está sentado y todavía trata de
detener la mente, se está en la etapa en que «la forma es la vacuidad y la vacuidad es la
forma». Pero a medida que se practica de esta manera dualística, se va llegando a una
identificación con la meta. Y cuando al fin se hace la práctica sin esfuerzo, se puede detener la
mente. En esa etapa «la forma es la forma y la vacuidad es la vacuidad».
Detener el curso de la mente no significa detener sus actividades, sino que la mente
ocupa todo el cuerpo. La mente se ajusta a la respiración. Así, con mente plena, se ha de
proceder entonces a formar el mudra con las manos. Con la mente en plenitud se sienta uno
con piernas doloridas sin perturbarse por ellas. Esto es sentarse sin ninguna idea de provecho
propio. Al principio se siente cierta restricción en la postura, pero cuando uno deja de sentirse
molesto se ha hallado el significado de «la vacuidad es la vacuidad y la forma es la forma». Por
lo tanto, el modo de practicar es abrirse el propio camino con cierta restricción.
La práctica no significa que cualquier cosa que se haga, inclusive acostarse, sea zazén.
Hay práctica cuando las restricciones no limitan. Cuando uno dice «todo lo que hago tiene
naturaleza de Buda, de modo que no importa lo que haga, y no es necesario que practique el
zazén», eso ya es una comprensión dualista de la vida cotidiana. Si realmente no importa lo
que se hace, no hay necesidad de decirlo siquiera. Mientras importe lo que uno hace, eso es
dualismo. Si no importa lo que uno hace, no se dice. Cuando uno se sienta, se sienta. Cuando
come, come. Cuando uno dice «no importa», significa que está dando una excusa para hacer
algo a su manera con pequeña mente. Quiere decir que está apegado a alguna cosa o manera
en particular. Eso no es lo que se significa al decir «simplemente, basta con sentarse o
«cualquier cosa que se haga es zazen . Desde ya, todo lo que hacemos es zazén, pero siendo
así, no hay necesidad de decirlo.
Cuando uno se sienta, debe sentarse simplemente, sin importarle el dolor de las piernas
o la somnolencia. Eso es zazén. Pero al principio resulta muy difícil aceptar las cosas tal como
son. Molestará lo que se siente en la práctica. Cuando se logre hacer todo, sea bueno o malo,
sin perturbación o sin molestia por lo que se sienta, eso es en realidad lo que significamos al
decir «la forma es la forma y la vacuidad es la vacuidad».
Cuando se sufre una enfermedad como el cáncer y uno se da cuenta de que no puede
vivir más de dos o tres años, entonces, en busca de algo en qué confiar, tal vez se comience la
práctica. Algunas personas reposan en la ayuda de Díos. Otras comienzan la práctica del
zazén. La práctica se concentrará en obtener la vacuidad de la mente. Eso significa que
tratarán de librarse del sufrimiento de la dualidad. Ésta es la práctica de «la forma es la
vacuidad y la vacuidad es la forma». Ante la realidad de la vacuidad, esas personas quieren
tener una comprensión positiva y directa de ella en su propia vida. Si practican de este modo,
creyendo y haciendo un esfuerzo, desde ya que les será beneficioso, pero ésa no es la práctica
perfecta.
En pleno convencimiento de que la vida es corta, disfrutarla día tras día, momento tras
momento, equivale a dar vida a «la forma es la forma y la vacuidad es la vacuidad». Cuando
venga Buda, se le dará la bienvenida; cuando venga el diablo, se le dará la bienvenida
también. El famoso maestro chino de Zen llamado Ummon ha dicho: «Buda con cara de sol y
Buda con cara de luna». Cuando estaba enfermo alguien le preguntó «¿cómo está?», y
respondió: «Buda con cara de sol y Buda con cara de luna». Ésa es la vida, «la forma es la
forma y la vacuidad es la vacuidad». No hay problema. Un año de vida es bueno. Cien años de
vida también son buenos. Cuando se sigue nuestra práctica se alcanza esa etapa.
Al comienzo surgirán varios problemas y será necesario hacer cierto esfuerzo para
continuar la práctica. Para el principiante, la práctica sin esfuerzo no es la verdadera práctica.
Para el principiante, la práctica requíere gran esfuerzo. Especialmente la gente joven, para
lograr algo, tiene que esforzarse mucho. Se deben extender los brazos y las piernas todo lo
posible. La forma es la forma. Se debe ser sincero con uno mismo, hasta que al fin se llega
realmente al punto en que se ve que es necesario olvidarse completamente de uno mismo.
Hasta que no se llega a este punto, uno se equivoca por completo al pensar que cualquier cosa
que se hace es Zen y que carece de importancia el practicar o no. Pero cuando se realiza el
mejor esfuerzo para simplemente continuar lapráctica con toda la mente y todo el cuerpo, sin
idea de provecho, entonces cualquier cosa que se haga será la verdadera práctica. El simple
propósito debe ser continuar. Cuando se hace algo, el propósito debe ser simplemente hacerlo.
La forma es la forma, uno mismo es uno mismo y la verdadera vacuidad se logrará en la
práctica.

 

La reverencia

La inclinación reverente es práctica muy importante. Hay que estar preparado para esta
reverencia hasta el último momento. Por imposible que nos parezca descartar ciertos deseos
egocéntricos, hemos de hacerlo. Nuestra verdadera naturaleza exige que lo hagamos.

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Después del zazén han de hacerse nueve reverencias, inclinando la frente hasta el suelo.
Con esta reverencia uno se entrega. Entregarse significa renunciar a las ideas dualistas. De
modo que hay diferencia entre la práctica del zazén y la reverencia. Por lo general, inclinarse
en reverencia es la manera de rendir homenaje a algo que es más digno de respeto que uno.
Pero cuando uno se inclina ante Buda, no ha de tener ninguna idea de Buda, sino que
simplemente ha de aunarse con Buda, y es ya el Buda mismo. El que se aúna con Buda se
aúna con todo lo que existe y halla el verdadero sentido de ser. Cuando se olvidan todas las
ideas dualistas, todo se convierte en maestro y todo puede ser objeto de culto.
Cuando todo existe dentro de nuestra gran mente, se desvanecen todas las relaciones
dualistas. No hay distinción entre el cielo y la tierra, el hombre y la mujer, el maestro y el
alumno. A veces, un hombre se inclina
ante una mujer; otras es la mujer la que se inclina ante un hombre. A veces, el discípulo
se inclina ante el maestro. Otras, el maestro se inclina ante el discípulo. Un maestro que no
puede inclinarse en reverencia ante un discípulo no puede inclinarse ante Buda. A veces, el
maestro y el discípulo juntos se inclinan ante Buda. A veces suele ocurrir que nos inclinamos
ante gatos y perros.
En nuestra gran mente, todo tiene el mismo valor. Todo es el mismo Buda. Se ve algo o
se oye algún sonido y allí se tiene todo tal como es. En la práctica se debe aceptar todo tal
como es y sentir por cada cosa el mismo respeto que se siente por Buda. Esto es budidad. En
este caso, Buda se inclina en reverencia a Buda. Uno se inclina ante uno mismo. Ésta es la
verdadera reverencia.
Cuando en la práctica no se tiene esta firme convicción de la gran mente, la reverencia
será dualista. Quien es simplemente uno mismo, se inclina ante sí mismo en el verdadero
sentido, y es uno con todo. Sólo cuando se es uno mismo es posible inclinarse ante todo en el
verdadero sentido. Inclinarse en reverencia es una práctica muy importante. Hay que estar
preparado para esta reverencia hasta en el último momento. Cuando no se puede hacer nada
excepto inclinarse, hay que hacerlo. Este tipo de convicción es necesario. Al inclinarse en
reverencia con este ánimo, se poseen todos los preceptos, todas las enseñanzas, y todo se
posee dentro de la gran mente.
Senyno Rikyu, creador de la ceremonia del té japonés, cometió hara—kiri (se suicidó
ritualmente abriéndose el vientre) en 1591, por orden de su amo, Hideyoshi. Antes de quitarse
la vida comentó: «Cuando tengo esta espada no hay ni Buda ni patriarcas». Quiso decir que
cuando se tiene la espada de la gran mente, no existe el mundo dualista. Lo único que existe
es este ánimo. Esta clase de ánimo imperturbable estaba siempre presente en la ceremonia del
té de Rikyu, el cual nunca hizo nada de modo puramente dualístico. Rikyu estaba pronto a
morir en cualquier momento. Moría en una ceremonia tras otra, y se renovaba a sí mismo. Tal
es el espíritu de la ceremonia del té. Ésta es la manera en que nos inclinamos en reverencia.
Mi maestro tenía un callo en la frente a fuerza de inclinarse. Reconocía que era un ser
obstinado, testarudo, y por eso se inclinaba, se inclinaba y se inclinaba. La razón de inclinarse
en reverencia era que en su fuero interno escuchaba siempre la voz represora de su maestro.
Había entrado en la orden Soto cuando tenía ya treinta años, algo tarde para un monje
japonés. Mientras somos jóvenes somos también menos tozudos y nos es más fácil reprimir
nuestro egoísmo. Su maestro siempre llamaba al mío por el nombre de «tú, el camarada que
vino tarde» y le reprendía el haber llegado tan tarde. En realidad, su maestro lo admiraba por
su carácter obstinado. Cuando mi maestro tenía ya setenta años solía decir: «¡Cuando yo era
joven era un tigre, ahora soy un gato!». Y estaba muy complacido de ser un gato.
La inclinación en reverencia contribuye a eliminar las ideas centradas en el propio ser, lo
cual no es muy fácil. Como siempre hay cierta dificultad en descartar tales ideas, el inclinarse
resulta una práctica muy útil. Sin embargo, el resultado no es lo importante; lo valioso es el
esfuerzo para mejorarnos nosotros mismos, tarea que no se termina nunca.
Cada inclinación simboliza uno de los cuatro votos budistas. Estos votos son: «Aunque
los seres sensibles son innumerables, hacemos voto de salvarlos. Aunque nuestros malos
deseos son incontables, hacemos voto de suprimirlos. Aunque la enseñanza no tiene límites,
hacemos voto de abarcarla toda. Aunque el budismo es inalcanzable, hacemos voto de
lograrlo». Se dirá que si es inalcanzable, ¿cómo vamos a lograrlo? De todos modos, ¡debemos
intentarlo!, eso es el budismo.
Si dijéramos «como es posible, lo haremos» no sería budismo. Aunque se trate de algo
imposible, debemos intentarlo, porque nuestra verdadera naturaleza ansía que así sea. Pero,
en realidad, no es cuestión de que sea posible o no lo sea. Si la supresión de las ideas
centradas en el propio ser es nuestro deseo más íntimo, debemos conseguirla. Al hacer este
esfuerzo se aplaca ese deseo más íntimo y en esto consiste el nirvana. Antes de resolverse uno
a hacerlo suele haber dificultades, pero una vez que se comienza ya no las hay. Ese esfuerzo
aplaca el deseo más íntimo. No hay ninguna otra manera de lograr la calma. Sin embargo, la
calma mental no significa que se ha de suspender la actividad. La verdadera calma se ha de
encontrar en la actividad misma. Suele decirse: «Es fácil sentir calma en la inactividad, es
difícil sentirla en la actividad, pero la calma en la actividad es la verdadera calma».
Después de practicar por cierto tiempo se da uno cuenta de que no es posible hacer
progresos rápidos y extraordinarios. Por mucho que se esfuerce, todo progreso viene poco a
poco. No es como salir bajo una lluvia torrencial y saber cuándo ya se está mojado. En la
niebla uno no sabe que se está mojando, pero a medida que se camina va mojándose poco a
poco. Cuando la mente abriga ideas de progreso es posible que diga «¡oh, este paso lento es
terrible!». Pero en realidad no lo es. Cuando nos mojamos en la niebla es muy difícil secarse.
Por eso no hay que preocuparse porque el progreso sea lento. Es como estudiar un idioma
extranjero. No se lo puede hacer de repente. Repitiendo una y otra vez, se acaba por
dominarlo. Así se practica el Soto. Se trata de progresar poco a poco; quizás ni siquiera se
espera progresar. Sólo basta con ser sinceros y hacer un esfuerzo total en todo momento.
Fuera de nuestra práctica no hay nirvana.

Mente Zen – Shunryu Suzuki (5ta parte)

Maleza de la mente

Uno debe sentírse más bien agradecido por esa maleza de la mente, porque finalmente
contribuye a fortalecer la práctica.

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Cuando el despertador suena por la mañana temprano y uno se levanta, es posible que
no se sienta muy contento. No es atractivo ir a sentarse, y aún después de llegar al zendo y de
empezar el zazén uno tiene que cobrar ánimos para tomar la buena ‘postura. Esto no es más
que el efecto de las olas de la mente. En el zazén puro no debe haber olas en la mente.
Mientras se está sentado estas olas irán disminuyendo y el esfuerzo se convertirá en un
sentimiento sutil.
Suele decirse: «Al arrancar la mala hierba le damos alimento a la planta». La arrancamos
y la enterramos junto a la planta para alimentarla, Por lo tanto, aunque se tenga cierta
dificultad en la práctica, aunque se sientan algunas olas mientras se está sentado, esas
mismas olas representan una ayuda. De modo que no hay razón de preocuparse por la mente.
Más bien, uno debe sentirse agradecido por estas malas hierbas que finalmente contribuyen a
fortalecer la práctica. Cuando se adquiere cierta experiencia acerca de las formas en que esa
maleza acaba por convertirse en alimento mental, la práctica progresará notablemente. Se
notará el progreso. Se sentirá cómo se convierte en autoalimentación. Desde ya, no es muy
difícil dar algún significado filosófico o psicológico a nuestra práctica, pero eso no basta.
Verdaderamente, hay que experimentar la manera en que la maleza se convierte en alimento.
Estrictamente hablando, todo esfuerzo que se haga resulta contraproducente en la
práctica, porque crea olas en la mente. Sin embargo, es imposible alcanzar la calma absoluta
de la mente sin hacer algún esfuerzo. Es necesario hacer cierto esfuerzo, pero al hacerlo
conviene olvidarse de uno mismo. En este plano no hay subjetividad ni objetividad. La mente
está simplemente en calma, sin el más mínimo sentido de conciencia. Con esta carencia de
percatación consciente, todo esfuerzo y toda idea y todo pensamiento desaparecen. Por eso es
necesario alentarse a uno mismo y hacer un esfuerzo hasta el preciso momento en que todo
esfuerzo desaparece. Hay que mantener la mente en la respiración hasta que se deja de
percibir.
El esfuerzo debe continuar siempre, sin esperar el logro de una etapa en la que nos
olvidemos completamente de él. Simplemente hay que mantener la mente en la respiración.
Ésa es la práctica propiamente dicha. Mientras uno está sentado, se irá refinando el esfuerzo
gradualmente. Al principio, ese esfuerzo resulta más bien torpe e impuro, pero con la fuerza de
la práctica se va purificando poco a poco. Una vez que el esfuerzo se vuelve puro, el cuerpo y
la mente se purifican también. Ése es el modo de practicar el zazén. Una vez comprendida la
fuerza innata para purificarse a uno mismo y purificar el ambiente será dado actuar
correctamente y aprender de quienes nos rodean. Y podrá convertirse uno en persona
amistosa con los demás. Éste es el mérito de la práctica del Zen. Pero el modo de practicarlo
consiste en concentrarse en la respiración, en mantener la postura correcta y en un esfuerzo
grande y puro. Así es como se practica el Zen.

 

La médula del Zen

En la postura zazén, el cuerpo y la mente poseen gran fuerza para aceptar las cosas tal
como son, sean ellas agradables o desagradables.

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En nuestros textos sagrados (Sutra Samyuktagama, volumen 33) se explica que hay
cuatro clases de caballos: excelentes, buenos, pobres y malos. El mejor caballo corre o va
despacio, hacia la derecha o hacia la izquierda, a voluntad del jinete antes de ver la sombra de
la fusta; el de la segunda clase se mueve tan bien como el mejor, antes de que la fusta toque
su piel; el tercero se mueve al sentir el dolor en su cuerpo; el cuarto después que el dolor lo
ha penetrado hasta la médula de los huesos. ¡Imagínense lo difícil que es para el cuarto
caballo aprender a ser jineteado!
Cuando leemos esto, casi todos queremos ser como el mejor caballo. Si no nos es posible
ser el mejor, deseamos ser, por lo menos, el que le sigue en calidad. A mi parecer, éste es el
sentido en que comúnmente se entienden esta historia y el Zen. Quizás se piense que quien se
sienta en zazén averiguará si es uno de los mejores o uno de los peores caballos. Sin embargo,
esta interpretación del significado del Zen es errónea. Si uno cree que el objetivo de la práctica
del Zen es entrenarse para convertirse en uno de los mejores caballos se tendrá un gran
problema. No es ésta la manera de interpretar bien la historia. Cuando se practica el Zen en la
forma debida no importa que uno sea el mejor o el peor caballo. Cuando se considera la
compasión de Buda, ¿cómo se cree que se siente Buda con respecto a las cuatro clases de
caballos? Es más compasivo con el peor que con el mejor.
Cuando uno se decide a practicar el zazén con la gran mente de Buda, se descubre que el
peor caballo es el más valioso de todos. En las mismas imperfecciones se halla la base para
crear una mente firme que busca el sendero. Por lo general, a los que pueden sentarse en
forma fisicamente perfecta suele llevarles más tiempo el logro del verdadero camino del Zen,
la verdadera experiencia del Zen, la médula del Zen. En cambio, los que encuentran grandes
dificultades en la práctica del Zen suelen hallar más sentido en éste. Por eso, a veces me
parece que el mejor caballo es tal vez el peor y el peor quizás resulte ser el mejor.
En caligrafía se descubre en la práctica que aquellos que no son muy hábiles al principio
suelen llegar a ser los mejores caligrafos. Los que son muy hábiles en tareas manuales a
menudo encuentran grandes dificultades una vez que alcanzan cierto grado de destreza. Esto
ocurre también en el arte y en el Zen. Esto es lo cierto de la vida, Ahora bien, en el contexto
del Zen no se puede decir «tal persona es buena» o «tal otra es mala», en el sentido común y
corriente de las palabras. La postura que se toma en el zazén no es la misma en el caso de
cada persona, A veces resulta imposible para algunos tomar la postura de piernas cruzadas.
Mas, aunque no se pueda tomar la postura correcta, si se logra despertar la mente real, la que
busca el sendero, es posible practicar el Zen en su verdadero sentido. En realidad, despertar la
verdadera mente buscadora del sendero es más fácil para los que tienen dificultades al
sentarse que para los que logran sentarse fácilmente.
Cuando uno reflexiona sobre lo que hace en la vida cotidiana, siempre acaba por
avergonzarse. Uno de mis estudiantes me escribió una vez, diciéndome: «Usted me
envió un calendario y estoy tratando de seguir los buenos preceptos que aparecen en
cada página. ¡Pero el año apenas si ha comenzado y ya he fracasado!» Dogen-zenji ha dicho:
shoshaku jushaku. Shaku, por lo general, quiere decir «equivocación o incorrecto». Shoshaku
jushaku, «equivocación tras equivocación» o continua equivocación. Según Dogen, esa
equivocación también puede ser Zen. Puede decirse que la vida del maestro del Zen es muchos
años de shoshaku jushaku. Lo cual significa muchos años de esfuerzo encaminado a un solo
propósito.
Suele decirse «un buen padre no es un buen padre». ¿Comprenden? El que piensa que es
un buen padre no es un buen padre. El que cree que es un buen marido no es un buen marido.
A veces, el que piensa que es uno de los peores maridos tal vez sea bueno si está tratando
siempre de ser un buen marido y su esfuerzo es sincero. Cuando a uno le resulta imposible
sentarse a causa de algún dolor o de un impedimento físico, lo indicado es sentarse de todos
modos usando un almohadón bien mullido o una silla. Aunque fuese el peor caballo, es posible
encontrar la médula del Zen.
Supongamos que nuestro hijo sufre una enfermedad incurable. No se sabe qué hacer. No
es posible acostarse tranquilo. Normalmente, el lugar más cómodo es una cama tibia y
cómoda, pero en este caso la agonía mental no deja descansar. Aunque se suba y se baje, se
entre y se salga, de nada vale. En realidad, lo mejor para aliviar el sufrimiento mental es
sentarse en zazén, no importa el estado mental de confusión en que se esté y la mala postura.

Si no se tiene la experiencia de sentarse cuando uno se encuentra en una situación difícil de
ese tipo, no se es estudiante de Zen. Ninguna otra actividad calmará el sufrimiento. En otras
posturas inquietas no se tiene fuerza para aceptar las dificultades, pero en la postura de zazén,
lograda tras larga y ardua práctica, la mente y el cuerpo son capaces de aceptar las cosas tal
como son, sean ellas agradables o desagradables.
Cuando se experimenta desagrado conviene sentarse. No hay otra manera de aceptar y
elaborar el problema. No es cuestión de ser el mejor caballo o de que la postura sea buena o
mala. Todo el mundo puede practicar zazén y estudiar y aceptar de esta manera los
problemas.
Cuando se está sentado considerando el propio problema, ¿qué es más real, el problema
o uno mismo? El conocimiento de que uno está allí en ese momento es el hecho esencial. De
esto nos damos cuenta mediante la práctica del zazén. Mediante esa práctica continua, en el
transcurso de situaciones agradables y desagradab

Mente Zen – Shunryu Suzuki (4ta parte)

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Olas mentales.


Como disfrutamos de todos los aspectos de la vida en el despliegue de la gran mente, no
nos interesa una simple alegría excesiva. De esta manera podemos gozar de una serenidad
imperturbable.
Cuando se practica el zazén no se debe tratar de detener el pensamiento. Hay que dejar
que éste se detenga por sí mismo. Si algo nos viene a la mente, se deja que venga y se deja
que salga. No permanecerá mucho tiempo. Cuando se trata de detener el pensamiento, el
resultado es que uno se preocupa. No hay que preocuparse con nada. Al parecer es como si
algo viniera de fuera de la mente, pero en realidad son olas de ella y si uno no se preocupa con
ellas se van calmando gradualmente. En cuestión de cinco o a lo más diez minutos, la mente
estará completamente serena y calma. En ese momento la respiración se tornará bastante
lenta y el pulso se acelerará un poco.
Lleva bastante tiempo conseguir en la práctica la calma y serenidad de la mente. Se
perciben muchas sensaciones, surgen muchos pensamientos, muchas imágenes, pero son
únicamente olas de la mente de uno. Nada proviene de fuera de la mente. Generalmente nos
parece que la mente suele recibir impresiones y sensaciones del exterior, pero esto no es la
verdadera comprensión de la mente. La verdadera compresión es saber que la mente lo
incluye todo; cuando se piensa que algo proviene del exterior eso significa únicamente que
algo aparece en la mente. Nada de lo externo puede causarnos inconvenientes. Las olas de la
mente las produce uno mismo. Si se deja a la mente tal cual está, se calmará. Ésta es la que
solemos llamar la gran mente.
Si la mente se relaciona con algo exterior, esa mente es una mente pequeña, una mente
limitada. Cuando la mente no se relaciona con ninguna otra cosa, entonces no hay
comprensión dualista de ninguna especie en su actividad. Se comprende que la actividad es
sólo olas de la mente. La gran mente lo experimenta todo dentro de si misma. ¿Comprenden
ustedes ahora la diferencia entre las dos mentes —la mente que lo incluye todo y la mente
relacionada con algo—? En realidad son la misma cosa, pero la comprensión es distinta y la
actitud hacia la vida será diferente de acuerdo con la comprensión que se tenga.
El concepto de que todo está incluido dentro de la mente es la esencia de ésta. Cuando
se experimenta este sentir se tiene sentimiento religioso. Aunque surjan olas, la esencia de la
mente es pura. Es simplemente como agua clara con unas cuantas olas. En realidad, el agua
siempre tiene olas. Las olas son la práctica del agua. Hablar de las olas como si fueran cosa
aparte del agua o del agua como aparte de las olas es un error.
El agua y las olas existen en conjunto y son una misma cosa, la gran mente y la pequeña
mente son una misma cosa. Cuando se comprende la mente se comprende de esta manera si
se tiene seguridad del sentir. Así, como la mente no espera nada del exterior, está siempre
satisfecha. Una mente con olas no es una mente perturbada sino, en realidad, ampliada. Todo
lo que se experimenta es una expresión de la gran mente.
La actividad de la mente consiste en ampliarse ella misma merced a variadas
experiencias. En cierto sentido, lo que se experimenta consecutivamente es siempre fresco y
nuevo, pero, en otro sentido, no es más que un despliegue continuo o repetido de la gran
mente, la cual es una. Por ejemplo, cuando se come algo bueno en el desayuno, suele decirse
«esto es bueno». «Bueno» sugiere comparación con algo que se ha experimentado en algún
momento hace algún tiempo, aunque es posible que no se recuerde cuándo. Con la gran
mente aceptamos cada una de nuestras experiencias; por ejemplo, reconocemos como nuestro
el rostro que vemos al miramos en el espejo. En nosotros no hay temor de perder esta mente.
No hay lugar alguno adónde ir o de dónde venir. No tememos la muerte, ni sufrimiento de la
vejez o la enfermedad. Disfrutamos de todos los aspectos de la vida como un despliegue de la
gran mente y no nos interesa sentir ninguna alegría excesiva. De modo que conservamos una
serenidad imperturbable, la cual es la serenidad imperturbable de la gran mente que es la que
se necesita para practicar el zazén.