Sin dualismo
Detener el curso de la mente no significa detener sus actividades, sino que la mente
ocupa todo el cuerpo, y en esa plenitud se ha de dar forma al mudra con las manos.
Se suele decir que la practica debe verse libre de ideas de provecho propio, de
expectativas e incluso de iluminación. No obstante, esto no quiere decir que uno ha de
sentarse sin ningún propósito. Esta práctica libre de ideas de provecho se basa en el sutra
prajña paramita. Sin embargo, si no se tiene cuidado, el mismo sutra puede infundir una idea
de provecho. Afortunadamente, se advierte: «La forma es la vacuidad y la vacuidad es la
forma». Mas si uno se atiene estrictamente a esa afirmación, está propenso a verse envuelto
en ideas dualistas: aquí está uno, la forma, y allí la vacuidad, que se trata de lograr mediante
la misma propia forma. Quedamos, pues, en que «la forma es vacuidad y la vacuidad es la
forma», lo cual es dualismo. Pero afortunadamente, la enseñanza continúa: «La forma es la
forma y la vacuidad es la vacuidad». En esto no hay dualismo.
Cuando resulta difícil detener la mente mientras uno está sentado y todavía trata de
detener la mente, se está en la etapa en que «la forma es la vacuidad y la vacuidad es la
forma». Pero a medida que se practica de esta manera dualística, se va llegando a una
identificación con la meta. Y cuando al fin se hace la práctica sin esfuerzo, se puede detener la
mente. En esa etapa «la forma es la forma y la vacuidad es la vacuidad».
Detener el curso de la mente no significa detener sus actividades, sino que la mente
ocupa todo el cuerpo. La mente se ajusta a la respiración. Así, con mente plena, se ha de
proceder entonces a formar el mudra con las manos. Con la mente en plenitud se sienta uno
con piernas doloridas sin perturbarse por ellas. Esto es sentarse sin ninguna idea de provecho
propio. Al principio se siente cierta restricción en la postura, pero cuando uno deja de sentirse
molesto se ha hallado el significado de «la vacuidad es la vacuidad y la forma es la forma». Por
lo tanto, el modo de practicar es abrirse el propio camino con cierta restricción.
La práctica no significa que cualquier cosa que se haga, inclusive acostarse, sea zazén.
Hay práctica cuando las restricciones no limitan. Cuando uno dice «todo lo que hago tiene
naturaleza de Buda, de modo que no importa lo que haga, y no es necesario que practique el
zazén», eso ya es una comprensión dualista de la vida cotidiana. Si realmente no importa lo
que se hace, no hay necesidad de decirlo siquiera. Mientras importe lo que uno hace, eso es
dualismo. Si no importa lo que uno hace, no se dice. Cuando uno se sienta, se sienta. Cuando
come, come. Cuando uno dice «no importa», significa que está dando una excusa para hacer
algo a su manera con pequeña mente. Quiere decir que está apegado a alguna cosa o manera
en particular. Eso no es lo que se significa al decir «simplemente, basta con sentarse o
«cualquier cosa que se haga es zazen . Desde ya, todo lo que hacemos es zazén, pero siendo
así, no hay necesidad de decirlo.
Cuando uno se sienta, debe sentarse simplemente, sin importarle el dolor de las piernas
o la somnolencia. Eso es zazén. Pero al principio resulta muy difícil aceptar las cosas tal como
son. Molestará lo que se siente en la práctica. Cuando se logre hacer todo, sea bueno o malo,
sin perturbación o sin molestia por lo que se sienta, eso es en realidad lo que significamos al
decir «la forma es la forma y la vacuidad es la vacuidad».
Cuando se sufre una enfermedad como el cáncer y uno se da cuenta de que no puede
vivir más de dos o tres años, entonces, en busca de algo en qué confiar, tal vez se comience la
práctica. Algunas personas reposan en la ayuda de Díos. Otras comienzan la práctica del
zazén. La práctica se concentrará en obtener la vacuidad de la mente. Eso significa que
tratarán de librarse del sufrimiento de la dualidad. Ésta es la práctica de «la forma es la
vacuidad y la vacuidad es la forma». Ante la realidad de la vacuidad, esas personas quieren
tener una comprensión positiva y directa de ella en su propia vida. Si practican de este modo,
creyendo y haciendo un esfuerzo, desde ya que les será beneficioso, pero ésa no es la práctica
perfecta.
En pleno convencimiento de que la vida es corta, disfrutarla día tras día, momento tras
momento, equivale a dar vida a «la forma es la forma y la vacuidad es la vacuidad». Cuando
venga Buda, se le dará la bienvenida; cuando venga el diablo, se le dará la bienvenida
también. El famoso maestro chino de Zen llamado Ummon ha dicho: «Buda con cara de sol y
Buda con cara de luna». Cuando estaba enfermo alguien le preguntó «¿cómo está?», y
respondió: «Buda con cara de sol y Buda con cara de luna». Ésa es la vida, «la forma es la
forma y la vacuidad es la vacuidad». No hay problema. Un año de vida es bueno. Cien años de
vida también son buenos. Cuando se sigue nuestra práctica se alcanza esa etapa.
Al comienzo surgirán varios problemas y será necesario hacer cierto esfuerzo para
continuar la práctica. Para el principiante, la práctica sin esfuerzo no es la verdadera práctica.
Para el principiante, la práctica requíere gran esfuerzo. Especialmente la gente joven, para
lograr algo, tiene que esforzarse mucho. Se deben extender los brazos y las piernas todo lo
posible. La forma es la forma. Se debe ser sincero con uno mismo, hasta que al fin se llega
realmente al punto en que se ve que es necesario olvidarse completamente de uno mismo.
Hasta que no se llega a este punto, uno se equivoca por completo al pensar que cualquier cosa
que se hace es Zen y que carece de importancia el practicar o no. Pero cuando se realiza el
mejor esfuerzo para simplemente continuar lapráctica con toda la mente y todo el cuerpo, sin
idea de provecho, entonces cualquier cosa que se haga será la verdadera práctica. El simple
propósito debe ser continuar. Cuando se hace algo, el propósito debe ser simplemente hacerlo.
La forma es la forma, uno mismo es uno mismo y la verdadera vacuidad se logrará en la
práctica.
La reverencia
La inclinación reverente es práctica muy importante. Hay que estar preparado para esta
reverencia hasta el último momento. Por imposible que nos parezca descartar ciertos deseos
egocéntricos, hemos de hacerlo. Nuestra verdadera naturaleza exige que lo hagamos.
Después del zazén han de hacerse nueve reverencias, inclinando la frente hasta el suelo.
Con esta reverencia uno se entrega. Entregarse significa renunciar a las ideas dualistas. De
modo que hay diferencia entre la práctica del zazén y la reverencia. Por lo general, inclinarse
en reverencia es la manera de rendir homenaje a algo que es más digno de respeto que uno.
Pero cuando uno se inclina ante Buda, no ha de tener ninguna idea de Buda, sino que
simplemente ha de aunarse con Buda, y es ya el Buda mismo. El que se aúna con Buda se
aúna con todo lo que existe y halla el verdadero sentido de ser. Cuando se olvidan todas las
ideas dualistas, todo se convierte en maestro y todo puede ser objeto de culto.
Cuando todo existe dentro de nuestra gran mente, se desvanecen todas las relaciones
dualistas. No hay distinción entre el cielo y la tierra, el hombre y la mujer, el maestro y el
alumno. A veces, un hombre se inclina
ante una mujer; otras es la mujer la que se inclina ante un hombre. A veces, el discípulo
se inclina ante el maestro. Otras, el maestro se inclina ante el discípulo. Un maestro que no
puede inclinarse en reverencia ante un discípulo no puede inclinarse ante Buda. A veces, el
maestro y el discípulo juntos se inclinan ante Buda. A veces suele ocurrir que nos inclinamos
ante gatos y perros.
En nuestra gran mente, todo tiene el mismo valor. Todo es el mismo Buda. Se ve algo o
se oye algún sonido y allí se tiene todo tal como es. En la práctica se debe aceptar todo tal
como es y sentir por cada cosa el mismo respeto que se siente por Buda. Esto es budidad. En
este caso, Buda se inclina en reverencia a Buda. Uno se inclina ante uno mismo. Ésta es la
verdadera reverencia.
Cuando en la práctica no se tiene esta firme convicción de la gran mente, la reverencia
será dualista. Quien es simplemente uno mismo, se inclina ante sí mismo en el verdadero
sentido, y es uno con todo. Sólo cuando se es uno mismo es posible inclinarse ante todo en el
verdadero sentido. Inclinarse en reverencia es una práctica muy importante. Hay que estar
preparado para esta reverencia hasta en el último momento. Cuando no se puede hacer nada
excepto inclinarse, hay que hacerlo. Este tipo de convicción es necesario. Al inclinarse en
reverencia con este ánimo, se poseen todos los preceptos, todas las enseñanzas, y todo se
posee dentro de la gran mente.
Senyno Rikyu, creador de la ceremonia del té japonés, cometió hara—kiri (se suicidó
ritualmente abriéndose el vientre) en 1591, por orden de su amo, Hideyoshi. Antes de quitarse
la vida comentó: «Cuando tengo esta espada no hay ni Buda ni patriarcas». Quiso decir que
cuando se tiene la espada de la gran mente, no existe el mundo dualista. Lo único que existe
es este ánimo. Esta clase de ánimo imperturbable estaba siempre presente en la ceremonia del
té de Rikyu, el cual nunca hizo nada de modo puramente dualístico. Rikyu estaba pronto a
morir en cualquier momento. Moría en una ceremonia tras otra, y se renovaba a sí mismo. Tal
es el espíritu de la ceremonia del té. Ésta es la manera en que nos inclinamos en reverencia.
Mi maestro tenía un callo en la frente a fuerza de inclinarse. Reconocía que era un ser
obstinado, testarudo, y por eso se inclinaba, se inclinaba y se inclinaba. La razón de inclinarse
en reverencia era que en su fuero interno escuchaba siempre la voz represora de su maestro.
Había entrado en la orden Soto cuando tenía ya treinta años, algo tarde para un monje
japonés. Mientras somos jóvenes somos también menos tozudos y nos es más fácil reprimir
nuestro egoísmo. Su maestro siempre llamaba al mío por el nombre de «tú, el camarada que
vino tarde» y le reprendía el haber llegado tan tarde. En realidad, su maestro lo admiraba por
su carácter obstinado. Cuando mi maestro tenía ya setenta años solía decir: «¡Cuando yo era
joven era un tigre, ahora soy un gato!». Y estaba muy complacido de ser un gato.
La inclinación en reverencia contribuye a eliminar las ideas centradas en el propio ser, lo
cual no es muy fácil. Como siempre hay cierta dificultad en descartar tales ideas, el inclinarse
resulta una práctica muy útil. Sin embargo, el resultado no es lo importante; lo valioso es el
esfuerzo para mejorarnos nosotros mismos, tarea que no se termina nunca.
Cada inclinación simboliza uno de los cuatro votos budistas. Estos votos son: «Aunque
los seres sensibles son innumerables, hacemos voto de salvarlos. Aunque nuestros malos
deseos son incontables, hacemos voto de suprimirlos. Aunque la enseñanza no tiene límites,
hacemos voto de abarcarla toda. Aunque el budismo es inalcanzable, hacemos voto de
lograrlo». Se dirá que si es inalcanzable, ¿cómo vamos a lograrlo? De todos modos, ¡debemos
intentarlo!, eso es el budismo.
Si dijéramos «como es posible, lo haremos» no sería budismo. Aunque se trate de algo
imposible, debemos intentarlo, porque nuestra verdadera naturaleza ansía que así sea. Pero,
en realidad, no es cuestión de que sea posible o no lo sea. Si la supresión de las ideas
centradas en el propio ser es nuestro deseo más íntimo, debemos conseguirla. Al hacer este
esfuerzo se aplaca ese deseo más íntimo y en esto consiste el nirvana. Antes de resolverse uno
a hacerlo suele haber dificultades, pero una vez que se comienza ya no las hay. Ese esfuerzo
aplaca el deseo más íntimo. No hay ninguna otra manera de lograr la calma. Sin embargo, la
calma mental no significa que se ha de suspender la actividad. La verdadera calma se ha de
encontrar en la actividad misma. Suele decirse: «Es fácil sentir calma en la inactividad, es
difícil sentirla en la actividad, pero la calma en la actividad es la verdadera calma».
Después de practicar por cierto tiempo se da uno cuenta de que no es posible hacer
progresos rápidos y extraordinarios. Por mucho que se esfuerce, todo progreso viene poco a
poco. No es como salir bajo una lluvia torrencial y saber cuándo ya se está mojado. En la
niebla uno no sabe que se está mojando, pero a medida que se camina va mojándose poco a
poco. Cuando la mente abriga ideas de progreso es posible que diga «¡oh, este paso lento es
terrible!». Pero en realidad no lo es. Cuando nos mojamos en la niebla es muy difícil secarse.
Por eso no hay que preocuparse porque el progreso sea lento. Es como estudiar un idioma
extranjero. No se lo puede hacer de repente. Repitiendo una y otra vez, se acaba por
dominarlo. Así se practica el Soto. Se trata de progresar poco a poco; quizás ni siquiera se
espera progresar. Sólo basta con ser sinceros y hacer un esfuerzo total en todo momento.
Fuera de nuestra práctica no hay nirvana.